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Las Tres Guerras Que Se Han Peleado En México Por La Religión Católica Y Su Influencia En El País

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La ausencia de independencia y los constantes enfrentamientos políticos no son el más destacable caldo de cultivo para la ciencia, ni la mejor manera de vivir en una nación que aspiraba a realizarse, tras haber sufrido un horrible ocaso desde el siglo XVII. Las heroínas han sido piezas fundamentales en la construcción del mito nacional del pueblo en armas, en aquellas guerras de libera- ción y de independencia ocurridas en el ciclo largo que va desde la Guerra de la Independencia de norteamérica, hasta la de las co- lonias de América Latina, pasando, claro está, por las guerras eu- ropeas contra Napoleón, entre aquéllas que se encuentra nuestra parti- cular Guerra de la Independencia. La utilización propagandista de la combatiente cumple la meta, a través del registro ejemplari- zante de su hazaña, de constituir el acicate que procura la moviliza- ción general, esto es la de los hombres, bajo unos cánones narrativos que no llegan a romper, sin embargo, con la tranquilizadora duali- dad sexual. Es decir, en el seno mismo de la constitución del Esta- do-nación, si relacionamos la resolución de estos enfrentamientos con la etapa inicial y trascendente de tal desarrollo, se encuentra la inscrip- ción del género y su utilización con objetivos políticos 1 . Con una mayor estructura política que el resto de los rebeldes, Morelos promulgó la primera constitución que tuvo el país, y más allá de que un año más tarde fuera tomado por las tropas de Calleja -en el momento en que se dirigía a Tehuacán- su participación con los independentistas fue pieza clave para el triunfo posterior del movimiento. En diversas oportunidades los rebeldes triunfaron y en otras tantas perdieron las peleas.

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Jefes Del Movimiento Realista

De modo que, en la práctica, el jinete llegaba al campo de batalla con la carabina cargada, avanzaba hasta ponerse a tiro, disparaba en dirección del enemigo con muy poco efecto y partía hasta la retaguardia para recargar relajado, volviendo largo rato después. Los navíos españoles que pudieron hacerse a la mar entre 1808 y 1810 fueron el San Leandro, San Ramón (que naugrafó en 1810), San Julián, San Pedro y Asia pero irían a Veracruz y Callao para transportar caudales vitales para sostener la guerra, junto a otras misiones inferiores, pero indignas de un navío de combate, en estado deficiente y mal armados para batallar. De la vieja flota española, para el momento final de la Guerra de Independencia española, en el año 1814, únicamente restaban cinco navíos y diez fragatas en condiciones de navegar y batallar. El San Pedro de Alcántara se hundió en 1815 en costa firme tras reventar el arsenal del buque. El resto de barcos de combate no ha podido continuar con su vida marítima, quedando para toda la vida en dique, con falta de Carena, desguazados, aun vendidos como morralla.

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Políticas

Esta es una cosa bien interesante, ya que poseemos en esta área una guerra horrible convocando fuerzas de los dos lados y combatiendo encarnizadamente en las peleas, algunas veces con caballería e infantería en campo más o menos abierto, y otras con los rebeldes atacando por sorpresa los fortines72 de los realistas. En este periodo de tiempo los realistas no tuvieron mucha rivalidad y los combates prácticamente estaban uno a la vez. El ejército realista de la primera década del XIX no era increíble pero sí una fuerza colonial32 parcialmente eficiente que podía proteger la costa atlántica y las rutas comerciales33 al centro del territorio novohispano. Aun así la falta de tropas y el equipo de combate34 pesarían al estallar la guerra de independencia un par de años más tarde. Nuestro interés empieza con el análisis de la integración de la composición temprana del ejército en el centro de la Nueva España después de la segunda mitad del XVIII.

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Se apunta que únicamente los granaderos de regimientos de línea emplearon el característico gorro con piel de oso. En el año 1816 y 1817 aparecen los uniformes de color brin para las campañas de verano en ultramar, modalidad no usada por el ejército español, y característica de la campaña de Maipú. Sin embargo en 1820, una segunda expedición a ultramar de unos veinte mil españoles que había sido estructurada en Cádiz por el antiguo virrey de Novedosa España, don Félix María Calleja del Rey, nunca llegó a partir pues fue sublevada contra el propio Fernando VII y a favor del Trienio liberal. A continuación, el gobierno del Trienio liberal suprimió cualquier auxilio a los realistas, paralizó las operaciones militares de manera unilateral, y envió negociadores a los independentistas americanos sin ningún resultado, convirtiéndose de facto en una renuncia a los territorios de ultramar en conflicto.

  • Al proclamar Madero, en el mes de octubre de 1910, el Plan de San Luis, que ignoraba el gobierno de Díaz y en el que se llamaba a los ciudadanos a tomar las armas a fin de arrojar al dictador del poder, en Jalisco ciertos conjuntos del sur y del centro del Estado se unieron a su llamado, no obstante, estos levantamientos fueron aislados y de forma fácil controlados.

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A principios de octubre de 1810, tras haber nombrado autoridades locales y provinciales en Guanajuato -entre ellas al gobernador José Francisco Gómez- y de haber establecido una vivienda de moneda y una fundición de cañones, Miguel Hidalgo ordenó la marcha del ejército insurrecto hacia Valladolid. Con la caída de Granaditas la resistencia acabó, Noble y los suyos han tomado el real de minas mucho más rico de la Nueva España; libraron de forma exitosa su primera guerra y se anunciaron en todo el imperio. Desgraciadamente esta repentina popularidad no sólo se debió a su ideología independentista, sino también al pillaje y la crueldad practicados por la plebe luego del triunfo; excesos tolerados cuando menos en parte por el caudillo de Dolores. La desaparición de Riaño trajo confusión entre los defensores de Granaditas, precisamente 200 civiles y 400 soldados encabezados por el mayor Diego Berzábal; quienes, carentes de mando, lo mismo daban a conocer banderas blancas que disparaban fusiles y arrojaban granadas sobre la muchedumbre que ya llegaba a la puerta de la fortificación.

Los españoles, que eran un total de ochenta mil, defendieron la causa verdadera con tibieza. Fueron acusados por Calleja de cobardes, al mantenerse como espectadores de la guerra y al dejar que los criollos tomaran a su cargo la defensa de su historia y propiedades. Los únicos españoles que pelearon con las armas en las manos, fueron los soldados de los cuerpos expedicionarios, que apenas sumaban ocho mil hombres. En el momento en que Iturbide proclamó la Independencia, la mayoría de ellos siguió leal al rey, aunque hubo españoles que pelearon en oposición a sus paisanos por abominar las ideas liberales españolas. En el momento de mayor fuerza de la insurgencia, numéricamente hablando, cuando el ejército de Hidalgo llegó a la guerra de Puente de Calderón, sus cien mil insurgentes representaban a poco menos del 2 por ciento de la población de la Nueva España, calculada en mucho más de seis millones de habitantes. El resto, o eran soldados del rey -hasta ochenta mil hombres en 1820-, o se quedó en sus casas, sujeto en apariencia a las autoridades virreinales.

En 1910, año de elecciones, el Partido Antirreeleccionista propuso al senador Venustiano Carranza para gobernador. A su vez, los agentes del gobierno instalaron clubes políticos porfiristas, acusándolo de ser partidario de Bernardo Reyes. En 1852, Juan Antonio de la Fuente promulgó la segunda Constitución de Coahuila, mediante la que se establece la soberanía de la entidad. Sin embargo ello, cuatro años después, Santiago Vidaurri, gobernador de Nuevo León, aneja Coahuila a ese estado. A raíz de la toma de la Localidad de México por las tropas imperialistas de Maximiliano, el presidente Benito Juárez, en 1864, inicia su peregrinaje. Al arribar a Coahuila decreta su separación del estado de Nuevo León y nombra gobernador a Andrés S. Viesca.

Combinadas, insurgentes y realistas produjeron una crisis popular, política y económica muy profunda en prácticamente todo el virreinato. Para intentar ofrecer respuesta a estos interrogantes, hemos de centrarnos en el caso puntual del Río de la Plata revolucionario, cuya situación político militar presentaba ciertas peculiaridades. Ante todo, la región había sido invadida y conquistada momentáneamente por fuerzas británicas en 1806 y 1807. La crisis final de sendos ataques había aniquilado a las tropas de línea de la Corona, con el coherente fortalecimiento de milicias urbanas cuyas mucho más grandes entidades estaban a cargo de sudamericanos (Beverina, 1992; Rabinovich, 2010).

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Sus restos de este insigne mambí reposan en el Cementerio de Cañete, su nombre aparece en el Libro 2, con el folio 223 # 902, Compilación del Mayor General Carlos Rolof, Inspector General del Ejercito Libertador. En los años sesenta del siglo XIX Cuba y Puerto Rico eran ámbas únicas colonias que le quedaban a España en el continente americano. Esta nación no se caracterizaba por un amplio desarrollo económico-social dentro de los marcos del capitalismo europeo, sobre todo si se la compara con Gran Bretaña o Francia. De ahí que España aplicase en sus colonias un sistema de explotación obsoleto que frenaba el viable desarrollo de exactamente las mismas, con el objetivo de obtener de ellas los elementos —en dinero, en bienes materiales— que le eran necesarios para su sostenimiento.

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